1.
Era común mirar por
las tardes a los campesinos que venían con su yunta de bueyes, con su carreta y
veías toda la calle enlodada en los tiempos de mayo, de junio. Llegaban a
encerrar a los animales en sus corrales porque no había confianza de dejarlos
en el campo. Los campesinos madrugaban, la vida los despertaba temprano,
aquellos hombres que usaban el sombrero de ala ancha y tez morena. Ordeñar era
lo primero que hacían, tenían que sacar
leche de por lo menos 25 vacas antes de que el sol saliera, luego se llevaban
el ganado al campo y después, ya cuando se metía el sol, se regresaban a su casa. En la séptima había
muchos corrales para encerrar al ganado y era común también ver a los niños
descalzos, algunos corrían desnudos (las niñas andaban solamente con una
pantaletita) y casi siempre jugando. En los pórticos, las señoras despiojaban a
los niños, les quitaban las liendres y los piojos de la cabeza, luego se los
metían a la boca y los destripaban con los dientes.
2.
En las épocas de buena
cosecha el que se ponía a trabajar en su siembra y le iba bien, invitaba a sus
amigos y familiares; les daba un costal (en los tiempos de antes, la medida era “una hamaca, un tejido”) lleno de elote,
para que la gente hiciera tamalitos, atole. Las personas que no eran tan
cercanas recibían una jícara de atole, esa era la ofrenda, una muestra de
cariño. Cuando era temporada de secas, venían con sus carretas cargadas de
leña, pedazos enormes, de esos que sólo un hombre curtido por el trabajo duro
podía sacar de un tronco a punta de hacha, los varones de la familia con unos
15 años a cuestas ya iban con sus padres al rancho a trabajar.
3.
El primer recuerdo de
mi infancia es la siembra del ajonjolí, lo acumulaban para que se secara al
sol, “piñas” enormes que se asoleaban, esto era por el mes de octubre. Me
acuerdo que pegaba un viento muy fuerte y luego llegaban cientos, miles de
palomas en los sembradíos, en las piñas. Los niños que vivíamos en el campo íbamos
a cazar palomas y comerlas, las comíamos porque siempre había muchas, jajaja,
ahora ya no hay, los zanates las corrieron. Mi papá cultivaba sandía, papa y
calabacitas, en la tarde siempre podíamos comer una sopa de calabacitas tiernas.
4.
Las tardes en Juchitán
eran muy bonitas, teníamos la oportunidad de jugar sin que pasaran tantos
coches como ahora. Jugábamos en la tarde, después de la escuela primaria, en la
noche se jugaban otra clase de juegos. En la tarde volábamos papalotes en los terrenos baldíos.
Nos reuníamos en grupos de 6 o más y ahí
nos veías con el papalote en el aire, los ricos lo compraban ya hecho, nosotros
no. Salíamos de la escuela primaria y comprábamos papel china de todos los
colores, hilo y lo armábamos con carrizo de la casa de algún vecino
nuestro. Una vez que ya caía la noche jugábamos
al encantado. El encantado era uno de los primeros juegos en los que se hacía
contacto con el otro sexo, corríamos y nos escondíamos, podías tocarle la mano
o la espalda así sin más. No faltaba aquel que perdía un pedacito de su dedo o
se pegaba el dedo gordo del pie con una piedra grande. Otra cosa que hacíamos
en la noche era contar historias de nahuales, historias de miedo; pero historias
de miedo que pertenecían a nuestro contexto como pueblo. Historias de las casas
abandonadas, de las brujas, de los arboles de mal agüero, no todos, algunos
nada más, los que tenían mala fama. Como la ceiba o el pochote. No cualquiera
tenía uno de esos árboles en su patio porque decían que atraía a los nahuales,
a los duendes, a los espíritus. Pero mucha gente humilde se dedicaba a la
elaboración de almohadas para la gente que tenía dinero, y las almohadas que
vendían estaban llenas del algodón del pochote, las demás personas hablaban feo
de los que hacían las almohadas, que tenían pacto con el diablo, que sabían quiénes
eran los que se volvían animales en las noches y que los dejaban dar vueltas en
el suelo, al pie del árbol, para volverse changos, marranos, vacas. Eran esas
las historias que contábamos de niños. No solamente eran historias para el
disfrute de los niños, también eran algo que el adulto disfrutaba. Esos cuentos
creo yo, eran para regular la conducta, para mantener la inocencia intacta.
5.
Juchitán ya cambió, y
con ella su gente. Antes todos se
recogían en su casa muy temprano. Ahora
salen a la hora que sea, luego los ves
en cantinas, en las discos o tomando en las esquinas. Había mucho respeto
antes, nos conocíamos todos. Cuando íbamos a algún baile o a una fiesta siempre
era en bola, salíamos de nuestras casas caminando y estábamos un rato en la
fiesta, no como ahora que los muchachos se regresan cuando está saliendo el sol, pareciera que
les vale madre. En ese entonces no había eso de las bardas, la gente tenía
confianza. Cuando volvíamos a nuestras casas era ya de madrugada, pasábamos
el patio de alguien que estaba roncando en su catre o en su hamaca, no había
ningún temor, salvo que algún perro nos ladrara, eso despertaba a los que
dormían pero ellos ya sabían quiénes iban a pasar por ahí.
6.
Este pueblo tiene
muchos aspectos que se han ido perdiendo. Los cazadores por ejemplo, los que se dedicaban a la cacería del
conejo o de la iguana, del venado, ya casi no se ven. Ya no se ven en el sentido
de que la cacería era una necesidad, era de lo que comían porque no había o no
alcanzaba para comer. Quizás sigan existiendo algunos cazadores, pero ya son
muy pocos, y los que cazan ya lo hacen más que nada por gusto o para presumir
de un arma. Antes no era así la cosa.
7.
Yo creo que también
hay que hablar de las mujeres de antes, las de ahora (la mayoría) son muy
flojas y no tienen carácter. La juchiteca es terca, no es fácil dominarla, ella
es la que domina, es rebelde. La mujer juchiteca es rebelde por naturaleza, no
puedes imponerle algo tan fácil. Es amorosa y sabe recibir el cariño. Si una
teca te va a amar, te va a amar de
verdad. Ella te escoge y escoge la manera de quererte. Las paisanas son muy
trabajadoras, activas, muchas veces ellas son quienes ponen la comida en la
mesa porque ganan más o porque sus esposos se gastan el dinero en la cantina
con el compadre.
8.
Otra cosa que cambio
ahora es la arquitectura, aquellas viejas casas de teja, frescas, ya no se ven.
Ahora casi necesitamos un programa de rescate. Ya no es tan sencillo encontrar
los patios llenos de plantas, las enramadas hechas de una enredadera que ya no
he vuelto a ver, no me acuerdo como se llama, si supiera te lo diría. La
modernidad extinguió todo lo autóctono, se ha ido imponiendo. Juchitán tiene todavía espacios mágicos, de
pronto llegas a un lugar y te sientes embelesado por lo que ves, y por eso el éxito
del “Bar Jardín”. Porque el Bar Jardín
es como las casas de antes. Tú llegas y entras, lo exploras como quien no
quiere la cosa, ves el patio lleno de plantas y el corredor fresco… yo creo que
tendría más éxito el Bar Jardín si le colgaran algunas hamacas, como diciendo “pásale,
esta es tu casa,” y es que la hospitalidad es algo muy nuestro, antes
cualquiera era bienvenido a Juchitán, la inseguridad ha ido apagando esta
hospitalidad de la que te hablo...
Sobre los juegos en en punto 4 me remontó a mi infancia, muchas gracias por traerme tan bonitos recuerdo de mi Juchitán de los 70´s. Saludos
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