domingo, 15 de junio de 2014

MIEDO Y ASCO EN LAS VELAS. PARTE I DE III.

LA PERSONA QUE NUNCA HAYA ASISTIDO A LA CELEBRACIÓN LLAMADA VELA SE LLEVARÁ UNA TRISTE SORPRESA AL LEER ESTO, POR LO TANTO RECOMIENDO SE ASISTA A UNA PARA VIVIR LOS HORRORES EN CARNE PROPIA. NUNCA VAYA CON LA IDEA DE PASAR LA NOCHE SIN TOMAR, NO ES RECOMENDABLE.

Más lúcido que recaudador de impuestos en quincena por las pastillas, el café, los cigarros y el agua que ahora circulaban por mi torrente sanguíneo, la vela del ciruelo me encandilaba con horror. Lo peor de todo: ESTABA SOBRIO. La luz de la fiesta impedía ver las estrellas a mis ojos y por dicho atributo,  mi ignorancia en pronóstico de lluvia era monumental. El mar de gente y el fragor plasmados en la pista eran desesperación plena para cualquier amo del orden. Uno se perdía a destiempo, impedía el movimiento más minúsculo sin tocar a los participantes ataviados con el uniforme de guerra. El viento juega un papel fundamental para la erradicación del calor en la fiesta que parece resurgir de la masa de cuerpos arremolinados bailando mezclas eclécticas de salsa-cumbia-bolero-rock-ska-banda con una mediana ejecución y la gente empieza a seguir órdenes de corte marcial: a la derecha, a la izquierda, bajen el cuerpo, súbanlo; luego alzan la mano, aplauden, hacen una bulla. Unas amigas llegan confundidas entre el tráfico de personas, buscan acomodarse para encontrar lugar y luego dejarlo. Una de ellas viste de negro, la otra con cara de buen malestar se acerca y me dice lo más certero que he escuchado nunca:
“La fiesta… se ve muy decadente, ¿no crees?”
 El grupo habla de una asesina de amores y una subespecie humana llamada baracunata, híbrido de la mujer y de la más arpía de las mujeres. La de negro pregunta si no encuentro extraño el color de su traje guerrero, con tino advierto que puede hablar sobre su alma, que pasa luto y por tanto el color de la ropa. Trato de levantarme por cigarros, y recuerdo la procastinada, el moverse entre cervezas vacías y gentío foráneo o desconocido no es lo mío. Lo pospongo de nuevo.
Sentado se te da una caja/-/plato de unicel, una cajita feliz istmeña; el juguete son las cervezas porque la idea está ahí y la corona se aprovecha… Según sé, la Corona fue comprada por gente de Bélgica (belgas) y la marca más vendida en el mundo se volvió gringa, extrajera pues, según bien belga. Su visión es igual a los de la soda llamada Coca-Cola Company: El mismo nombre vende por sí solo. Aseveran y se ufanan parcos, rotundamente se retiran del mercado exitoso para enfocarse en puntos de poco éxito en ventas, los poco fructíferos: El extranjero (ubicado en el país de extranjia) y puntos de la república en los que se toma con T de Tecate. Una de las decisiones más difíciles era salir para respirar aire fresco, expulsar orina y materia fecal, bailar sudando o lo que se tenga en mente fuera del asiento. Las personas dentro y fuera del puesto son obstáculos inamovibles que dan un mal rollo sobre todo si hablan con el acento del Quijote, están tomados o ambas. Algo vi, pero para los hombres en esas fiestas el alcohol los envalentona; lo sé, nada nuevo dirán… pero aquí es como si los poseyera un espíritu demoniaco y charlatán, sienten que tienen todas las de ganar cuando su juego es un puto triste full de ochos. El alcohol está en la sangre, otras drogas también. Todos en la intemperie con roles asignados sin turno normal y sin checar tarjeta. No son ni las doce y media de la madrugada y unos amigos tienen la marca escarlata de la ebriedad justo en la nariz, marca que se recorre a los lados para convertirse en rubor de alcohólico. Tomo nota pero se me interrumpe:
“De eso se trata la vida, bebé.”
Sin miramientos, amigos de amigos son amigos. Llegan unos conocidos de Oaxaca, amigos míos. Suena la chica de Ipanema en una versión sui-genéris mientras se esconden platones grandes sin botana bajo las mesas con cartones de cerveza tibia y se patea todo lo que está en el suelo. Uno suda aún sentado y el viento vuelve pegajosa la piel, viscosa. Reptiliana. Las que se salvan son las mujeres que usan maquillaje cual máscara de tragedia griega en Partenón, hasta la piel más negra puede ser suavizada con cremas y polvos para verse blanquecina en la fiesta. Momento perfecto para negar tus raíces, querida; en la fiesta del pueblo, honrando a unos santos que los españoles nos vinieron a enjaretar cuando andábamos descalzos hasta que moríamos (descalzos pero orgullosos).
-¿Cuántas llevas? -Ninguna, no estoy tomando. -Tú y tu sobriedad me tienen hasta la madre- se le nota el pánico en la cara, un terror por demás primigenio- Uno no se halla si no toma. Alienada tal vez. Otra chica se acerca y le cedo mi dominio de madera. Platicamos y cada instante era seguido de un:-¿Qué escribes? Minutos antes, la misma persona me atribuía cualidades desconocidas para mí en ese momento, -Agustín, qué guapo te ves. En mayúsculas: -¡QUÉ GUAPO! Busqué por mi reloj con la finalidad de ignorar y no lo encontraba. Una persona que recién acabé de conocer me rodea con el brazo: -No seas pendejo, no trajiste reloj. Busqué mi celular. La hora: 01:00 AM. Por lo visto el tiempo pasaba lento, como detenido por una fuerza extraña, los segundos eran gotas de agua que desembocaban en un lavabo sucio; plink, plink, plink, plink, plink, plink. La hora: 01:01 AM. La basura se nota en toneladas, la botana se ningunea y acabará en la boca de los perros de cuatro patas. Las sillas ya no poseen el orden cuasi obsesivo de la mañana, unas tiradas en el suelo, otras en la mesa, sillas rotas, meadas, las hay de todas clases. Con botana, sin botana... Entre la destrucción de huracán humano y la sórdida música, hablar se vuelve como en la guerra del Vietcong en faenas matutinas con el olor del napalm en las narinas antes de ir por unas cabezas orientales. El lenguaje de señas vuelve pero nadie es mudo, se acerca la oreja para que un interlocutor grite y el otro escuche. La acción se repite hasta que la conversación deja de tener sentido o se pierde en la dimensión de cosas inacabadas. Los celulares de alta tecnología recuerdan las mochilas-teléfono tan importantes en Vietnam. La masacre de la vela no resulta siempre la misma a la de una batalla por independencia o territorio pero el daño psicológico es muy similar, me atrevo a decir que una vela es más peligrosa y aquellos que dejan la fiesta en pleno amanecer lo hacen bajo su propio riesgo.
-Agustín, te ves diferente… ¿Qué te has hecho? ¿Cómo te has deshecho? ¿Dónde está tu destrucción a cuestas? En ese instante yo vivía la transducción, las pastillas tipo cocaína light en su punto más álgido daban permiso a mover mi cuerpo de manera ridícula al pasar por las mujeres y hombres. La sobriedad era horrible. La transducción igual: Todo lo que pasa por mí, ya digerido, se escupe con una visión propia.  Ya no hay tabaco, mi hermana me persuade para ir por una cajetilla, camel si hay. Saco fuerzas de mi flaqueza y un par de camaradas me piden la libreta, es necesaria pero no tanto para la cocaína que traen en bolsitas. Me preguntan si se le hace agua a mi nariz y afirmo con la cabeza pero rechazo de lo que me convidan porque un coctel de pastillas y coca no mata, pero deja secuelas muy graves que pueden durar días. Empiezo a camin arfuera y veo al ruido que se pierde en el horizonte. La fiesta atraviesa como daga a su propio portador para el incierto luto del alma y la vergüenza. He visto cosas en las velas que nunca contaré por el terror y asco que asco que me provoca su simple recuerdo… En eso cavilaba cuando de la nada, un animal rojo en forma de mototaxi me roza casi aturdiéndome. Unos centímetros más y no la cuento. De ahí me muevo en la banqueta peatonal, un pasillo de selvático concreto carente de fauna me transporta a la única tienda en un kilómetro. –Ya cerraron, amigo. Hasta el puente, por donde queda Soriana- grita el dueño de la bestia roja. –Gracias, hermano. Escribo ya en el aire, requiero de la libreta, mierda. En los baños, afuera de la celebración, les pido la libreta, con un sonoro sniff se me devuelve. Lo poco que queda del polvo lo restriego en mis encías AND THAT FEELING MAKES ME HAPPY. Regreso al desmadre y saludo a unos colegas, amigos que no veo mucho.
-PIBE AAAAAANGUS, Alucín, cabrón…-abrazo efusivo- caíte con la cooperación, que se vea un poco de lo que roba el erario, no seas pinche. –Queremos conseguir un espécial key de quinientos, queremos unas bolsitas, no seas puto. No hay hipocresía fingida ni cordialidad ambigua. Tiempo hace del desvelo con alcoholes y drogas, noches enteras, pocas pero sustanciales en las que se conoce a los tipos con los que tomas, los tipos que se vuelven amigos. Unos son pesados en carácter y otros en peso, en su mayoría machos alfa que invitan a ponerse igual de borracho que ellos. -Ahora no me meto nada a no sea que lo recete mi psiquiatra… Pero que veo, parece que este es uno de los más dominantes y peligrosos… No hace falta que nos acerquemos, el viene a nosotros…
-Qué pedoooooooooo, Alucín Valdivieso. ¿Una chela o qué?
-No estoy tomando, gracias, Mr. G.
-No mames, ¿entonces qué verga vienes a hacer acá a la vela? Un pericazo entonces.
-Wowowowowowowowowow, no. Por más que me gustaría no puedo, de verdad. Me siento mal de negar la cortesía, pero de verdad no. ENE-O.
-Qué mamón. Espérate, estoy buscando a un policía o a alguien de seguridad para que te saquen de aquí…

-JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA (y sigo riendo mientras él sigue buscando (creo que no era una broma). A mi lado izquierdo una parvada de ruidosas niñas toman fotos como si fueran los de la nota roja en un accidente recién nacido. ¿La hora? 01:13. AM of course.

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