miércoles, 9 de mayo de 2012

EL TECO ADOPTADO

Uno nace siempre dos veces. Y muere dos veces también. Nace uno, primero, en algún hospital o casucha asentados en alguna ciudad, pueblo o villa. Esa es la tierra de nacimiento que las circunstancias, el destino y tus padres te impusieron.
La segunda vez que uno nace es cuando uno escoge la tierra en donde enterrará su ombligo, donde hará raíces, donde asentará la roca que será su casa. Donde construirá los cimientos para una vida futura. Es entonces cuando uno nace otra vez.
Hace diez años vine por primera vez a Juchitán. No conocía la ciudad a pesar de haber nacido en Salina Cruz, ese polvoriento y decadente villorrio donde pasé una infancia común y corriente cuyos límites terrtoriales comprendían hasta Matías Romero. Juchitán no existió, jamás, en mi infancia y adolescencia. Después me fui al DF a vivir durante casi una década. Y ahí se formó la imagen clásica que todos, antes de conocerla, tenemos de la ciudad: la de los bloqueos y el desmadre, el caos y la rebeldía, la fuerza y la ignorancia, la lucha irracional y el pleito de cantina. Todo resumido en una frase lapidaria: "los tecos están locos". Esa frase conjuraba todo; Juchitán nos imponía respeto, provocaba chistes (mi padre contaba hilarantes chistes del General Charis en donde siempre éste fungía como un zopenco encantador, producto de su ignorancia) y generaba disgustos. Juchitán era la del guetabingui, los muxhes, los bloqueos de carreteras, el regateo en el mercado y las velas, esas fiestas excesivas.

Y luego estaba el acento. Todos reíamos del acento teco; nos burlábamos de ese acento espeso, mezcla de yucateco y sureño cojteño con raíces indígenas muy propias. El acento delataba al teco, al zapoteco que, orgullosamente, no lo ocultaba jamás. La paradoja de ser y pertenecer a través del lenguaje propio.
Todo el istmo tiene acentos diferentes. En Juchitán, el acento es único. Hable usted como teco en cualquier parte del mundo y, seguro, los binnizáa lo reconocerán. El acento, entonces, como señal indiscutible de nacimiento.
No tengo acento. Lo estoy adoptando, tengo que confesarlo. 
Cuando llegué, hace ya diez años, lo hice con la nariz fruncida. Todo me provocaba repulsa y/o burla. Y entonces conocí al amor de mi vida. Caí enamorado. Sí, de un teco que me llevó a conocer absolutamente todos los ritos y costumbres, la parafernalia teca, las costumbres zapotecas. El amor por Juchitán creció de la misma forma que mi amor, carnal. Conocí poco, porque el ser zapoteco a veces eclipsa a la tierra misma. Es decir, ser teco es mejor que vivir en la ciudad. Se es teco, no se nace teco. Ser teco es una actitud ante la vida, una huella dactilar en el alma, es la esencia misma de la que debemos estar orgullosos. Es nuestra raíz, nuestro pasado. El amor por la persona se disipó, el amor por la ciudad siguió aumentando.
He estado aquí diez años y ya conozco más la ciudad; conozco a su gente, la comida, las costumbres, la vida misma. Pertenezco a esta ciudad con mucho honor y respeto. Los tecos, aquéllos que al principio me rechazaron con repudio acendrado, después me abrieron más que los brazos. Algunos, incluso me arroparon (y besaron)... 
Los tecos me dieron la bienvenida, me invitaron a sus fiestas, me hicieron su vecino. Ahora, paso y saludo a todo el mundo y ellos me contestan el saludo. Ahora, la ciudad se abre para mí para enseñarme hasta su más recóndito rincón. Juchitán ya no es la ciudad bloqueada, tremebunda y violenta. Es una ciudad viva y dinámica, tremenda y vivaz, gozosa hasta la ignominia. La ciudad es, pues, la cuna perfecta para el perfecto teco. 
Los tecos y su ciudad merecen respeto. Merecen también una mirada diferente. Amo tanto a esta ciudad y su gente que me encantaría hacer algo para ayudarla, para echar sobre ella una mirada diferente. Por eso, este proyecto en donde desde esta particularísima visión, trataré de echar un ojo a la ciudad que amo, donde vivo, donde pago mis impuestos. Mirar la ciudad que caminas, que recorres, que pisas. Y hacerlo con una mirada tierna no exenta de realidad. Juchitán es un crisol lleno de contradicciones y hay que señalarlas con ironía y humor: la gracia teca. 
Soy el teco adoptado por esta ciudad y por su gente. Habemos muchos que vivimos en esta ciudad porque nos enamoramos de la misma. Gente extraviada que se encontró a gente buena que la aceptó sin malicia. Soy un teco por adopción, soy un teco por elección. Soy naturalizado teco, biche´
Uno muere dos veces. Una en donde lo entierran y otra en la memoria de la ciudad que acunó a esa persona. 
Renací en Juchitán. Ahora que me entierren en el Panteón "Domingo de Ramos", allá por la Zapandú...


2 comentarios:

  1. MUY BONITO QUE BUENO QUE HAYA PERSONAS COMO UD QUE SE SIENTAN ORGULLOSOS DE SUS RAIZES Y HAGAN ALGO POR SU TIERRA

    ResponderEliminar
  2. Y que ha hecho por nuestra tierra? Nada!

    ResponderEliminar